Cuando las mujeres no musulmanas viajan a países de mayoría islámica, suelen ponerse un hiyab, de acuerdo a las costumbres, y/o a las leyes, de esos países.
Los partidarios insisten en que llevar hiyab en los países musulmanes es una señal de respeto por la cultura.
Algunas personas van más allá insistiendo en que no solo es respetuoso, sino que también es un paso imprescindible para combatir la intolerancia antimusulmana. Consideran que usar un hiyab es solidarizarse con las mujeres musulmanas obligadas a lidiar con los prejuicios en los países occidentales debido a sus creencias religiosas.
Argumentan que ponerse un pañuelo en la cabeza es un acto de empoderamiento. Este rechazo a la islamofobia incluso a expensas de la libertad de vestir de las mujeres es una consecuencia de la creencia de que el verdadero feminismo debe ser interseccional.
Los críticos del movimiento a favor del hijab insisten en que las únicas personas a las que sirve para empoderar son los opresores masculinos porque refuerza la idea de que las mujeres deben ser serviles.
Las personas que defienden la justicia social se encuentran en una disyuntiva. Quieren ser culturalmente sensibles al estilo de vida musulmán y ayudar a erradicar la islamofobia en Occidente. Pero por otro lado, se enfrentan a presiones para condenar la opresión de las mujeres en todas sus formas, o corren el riesgo de ser etiquetadas como hipócritas.
Los críticos continúan argumentando que promover el hiyab necesariamente requiere mirar hacia otro lado en cuanto a los derechos y la autonomía de las mujeres.
Parte del problema, quizás, es que la cultura y la religión musulmanas están muy unidas. Si el Islam instruye a sus seguidores a mantener a las mujeres cubiertas, el gobierno promulga leyes basadas en esas enseñanzas, y cubrirse la cabeza se convierte en una norma cultural impuesta.
Las líneas entre la cultura y la religión se difuminan hasta desaparecer.
Las imágenes que acompañan a esta publicación corresponden a un viaje que realizaron a Irán en 2017 la ministra de Asuntos de la Unión Europea y de Comercio, Ann Linde, y varias mujeres de la delegación del gobierno de Suecia.

Por aquel entonces, el gobierno sueco se calificaba a sí mismo como el primer gobierno feminista del mundo. La igualdad de género era fundamental para las prioridades del gobierno en la toma de decisiones y la asignación de recursos. Un gobierno feminista aseguraba que la perspectiva de igualdad de género se insertaba en la formulación de políticas en un amplio frente, tanto a nivel nacional como internacional.

Algunos lo calificaron como “El paseo de la vergüenza” y tacharon a las mujeres de la delegación del Gobierno de Suecia de hipócritas.
Ann Linde afirmó entonces que ella no quería utilizar el pañuelo pero que difícilmente podía ir a Irán y romper las normas.
¿Piensas que deben ponerse un hiyab las mujeres occidentales no musulmanas cuando viajan a países de mayoría islámica?
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